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Jueves, 21 de noviembre de 2024
Txillardegi
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TXILLARDEGI - AUTOR EN TODOS LOS SENTIDOS DE LA PALABRA

Txillardegi es un personaje de tal talla que para comprenderlo lo peor que se puede hacer es, como se ha hecho ya demasiadas veces, elegir un único campo de los numerosos que ha cultivado y analizar sólo lo realizado en él; y, por si eso fuera poco, juzgar dicha aportación aplicando escuetamente criterios sólo vinculados al contexto actual. Por citar sólo un ejemplo, recordemos que la novelística de Txillardegi ha sido menospreciada en más de una ocasión, olvidando la importancia que ha tenido justamente para que la literatura vasca haya llegado al nivel de desarrollo que hoy tiene, tanto en lo que se refiere a la fijación del lenguaje literario, como a la narrativa, y al proceso de renovación y ampliación de la temática.

Criticar a Txillardegi -y ahora no nos referimos sólo a la literatura- se convirtió en el deporte preferido de nuestra intelectualidad durante la década de los 80. Padeció entonces los ataques de toda una nueva generación de escritores o ensayistas, lo cual sea quizá el mayor homenaje que se le pudiera rendir, aunque parezca paradójico. Y es que, si la heterodoxa generación de Txillardegi tuvo que matar al «padre» Orixe para abrir las puertas de la modernidad a la actividad cultural vasca, los partícipes de la «generación de la autonomía» que habían empezado a escribir en la época de la Transición conformaron su propia personalidad tomando como «contra-modelo» la figura dominante de Txillardegi. Jóvenes escritores de aquella época que denunciaban con fuerza la politización de la cultura reclamada desde siempre por aquél -nuevamente la paradoja- descalificaban sistemáticamente todo lo que había hecho, basándose en criterios sumamente políticos. Quien es de la izquierda abertzale (nacionalista) no puede ser buen escritor. Aunque parezca mentira, dicha idea se propagó hasta llegar a ser una opinión generalizada, a fuerza de repetirla. Prueba de que la sombra de Txillardegi es larga, qué duda cabe. Por eso no nos sorprenderá que en el libro Euskal idazleak gaur (Los escritores vascos hoy, 1977) de J.M. Torrealdai, Txillardegi figure como el más querido y admirado de los escritores vascos. Ahora que las brasas de la contienda entre estas dos generaciones se han reducido a ceniza, que han pasado definitivamente a los libros de historia, parece haber llegado el momento de mirar a Txillardegi con mirada serena y afectuoso respeto.

Los seudónimos empleados por el antiguotarra Jose Luis Alvarez Enparantza (1929) en su trayectoria bio-bibliográfica tan larga como llena de aventuras -encontramos, junto al más conocido de Txillardegi, Harrizbikieta, Larresoro, Igara o Usako- resultan ser metáforas de la diversidad y fertilidad del propio personaje. Por eso, no conviene reducir este polifacético escritor a límites demasiado estrechos: fundador de la organización político-cultural ETA de los comienzos, vascoparlante por aprendizaje, ingeniero, apasionado por el piano, militante encarcelado, creador de Leturia, el primer personaje conflictivo de las letras vascas, exiliado, autor de las tablas del verbo vasco unificado y uno de los principales promotores del lenguaje unificado, senador de la izquierda abertzale, autor de una novela poética inclasificable contagiada de budismo (Haizeaz bestaldetik, 1979), universitario emérito especializado en sociolingüística, luchador incansable en favor del euskara... Txillardegi es todo esto, y lo que quizá sea más importante, todo esto al mismo tiempo.

De hecho, una de las muchas cosas que Txillardegi ha ofrecido a la cultura (y quizá también a la sociedad) vasca es una nueva manera de ser escritor. Si alguien en el País Vasco ha materializado la figura del «intelectual comprometido», internacionalizada por Jean Paul Sartre, que tanta presencia e importancia tuvo en el siglo XX, ese alguien ha sido Txillardegi. Por eso, si se quiere entender a Txillardegi, hay que dar prioridad a la síntesis sobre el análisis. La novelística de Txillardegi no se puede entender separándola de sus luchas extralingüísticas, ni desvinculándola de ningún otro aspecto. El escritor ha actuado en todos los frentes al mismo tiempo, porque así lo requería la propia situación de la debilitada sociedad vasca bajo el franquismo, ya que no hubiera tenido sentido encerrar al euskara en una torre de marfil en el momento en que estaba muriendo por razones políticas. Pero también porque en el fondo él ha sido siempre un humanista, tanto en el sentido más antiguo de la palabra -al igual que a los intelectuales del Renacimiento, le gusta la visión global e integral del ser humano, y de ahí la responsabilidad política que imputa al escritor en cuanto es un personaje público- como en el más nuevo -en el sentido del existencialismo, es decir, el del hombre angustiado (véase la negatividad y oscuridad nada consensuales de su novelística), que decide continuar adelante pese a tener conciencia del absurdo, el hombre que toma sus decisiones, para llegar a ser algo-. Y Txillardegi es algo para los vascos.


Ur Apalategi.

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